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Breve introducción al cine de Andrei Tarkovsky.

Writer's picture: No Somos RockstarsNo Somos Rockstars

Updated: Mar 22, 2019

Mi primera admiración hacia Tarkovsky vino del pensamiento. Quería tener una comprensión absoluta de su obra.

Con el paso de los años, y viviendo mejor el fenómeno sensorial, dicha admiración migró a lo desconocido. Me atrae la magia oculta que habita los mejores planos de su filmografía.


En Tarkovsky encuentro una tensión lúcida. Sus personajes habitan el mundo de lo moderno y, éste, a su vez, concentra todo el peligro de la condición humana. Un peligro que en ocasiones amenaza la vida. Pero no digamos que esto es a causa de efectismos o de tramas imposibles. El peligro en Tarkovsky proviene del riesgo de vivir sin consciencia, como un autómata.



Tarkovsky es el artesano de los sueños, entiende que la lógica y lo lineal no son siempre el camino para contar una historia. El cine del maestro ruso nos devuelve a la Naturaleza y al fulgor de la naturaleza humana. Primero con preguntas y dudas rebosantes en tensión, luego arrojando a sus personajes hacia saltos de fe: actos que llamaríamos incomprensibles y desconcertantes.


Dichos actos son, sin la menor duda, sacrificios. El abandono de la razón para entregar el cuerpo al delirio del espíritu. Sacrificios que comprenden la renuncia de todo por lo que se ha luchado antes del momento de la revelación divina.


Mientras que para otros cineastas lo divino es secundario, para Tarkovsky lo divino es la Naturaleza. La Naturaleza es el templo de Dios, como se suele decir. Dios vive en su creación y la creación es, asimismo, el refugio y vehículo del espíritu entregado.



Trataré de explicarme. El fuego para Tarkovsky purifica, muele los cimientos de la sociedad y del mundo moderno en toda su corrupción. El agua, por otra parte, calma las intrigas e invita a seguir su corriente lenta, sólo acompasada en lo más profundo de lo humano. La tierra es el retorno a lo primordial y el contacto íntimo con el origen de todo; es la tierra un refugio. El viento, finalmente, atraviesa la carne y fija un tiempo particular: el tiempo de los animales, de la copa de los árboles y de lo que no perece.


En esta composición, Tarkovsky erige todo esfuerzo para construir la tensión de una historia que sigue el principio de los sueños. El mundo onírico evoca los recuerdos más sagrados, aquellos instantes que nos pertenecen a todos. El recuerdo de una madre devota; el recuerdo de un paseo por el bosque.



Cabe decir que Tarkovsky rechaza el cine del oportunismo. Rechaza contar una historia que esté subordinada a las formas habituales y cuyo fin converja en colocar progresiones, una tras otra, para conquistar al público.


El cine del autor demanda paciencia. No hablamos aquí de contemplación, sino de inmersión. Tampoco hablamos de razonamiento, sino de emerger con las sensaciones y el misterio de la existencia como un regalo.

 

Andrei Tarkovsky (1932-1986) fue un cineasta ruso. A lo largo de su vida filmó siete largometrajes, todos ellos considerados obras maestras. Fue reconocido por grandes como Akira Kurosawa. Hoy en día, Nuri Bilge Ceylan, Lav Diaz y Carlos Reygadas, entre otros, admiran su trabajo y lo consideran una fuerte inspiración.



Por Miguel Sandoval.


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