Cuando me dijeron que tenía que hacer una reseña crítica sobre algún aspecto del rock en México, no estaba del todo seguro de lo que iba a escribir, ni desde que perspectiva lo iba abordar, si tenía que hablar de algo general o de algo muy específico. Lo que si tenía muy claro es que la música no es sólo una mercancía manejada por una industria vil y mezquina que sólo piensa en números y en ventas, la música es una forma de vida; una ventana que nos permite ver hacía diversas realidades.
El rock and roll ha tenido diferentes significaciones sociales, culturales e incluso políticas. Es una bestia de mil rostros y de mil nombres que traspasa la barrera de cualquier idioma, no tiene religión, ni dogmas. El rock and roll no tiene edad, ni género, no importa si tienes diez o noventa años, si eres hombre, mujer o quimera. Este tipo de música en particular es un vehículo que nos dirige a la expresión, hacía la libertad, hacía el infierno. O por lo menos así solía ser.
Frente a la gigantesca masificación comercial del género se ha ido diluyendo la autenticidad y la rebeldía, el rock ha perdido uno a uno todos sus dientes. El cuchillo se ha desafilado. Ha sido devorado por las fauces de la moda. “El rock sin aventura es pop” grita un eslogan con extrema veracidad, tanta que lastima.
Sin embargo, no todo está perdido, existe una luz al final del túnel. Aún existen bandas que se rompen la madre para que la esencia del rock and roll no muera, para que las piedras sigan rodando. Cada lunes estaremos hablando de lo chido y de lo gacho de este microcosmos. No soy un líder de opinión, ni me importa serlo, sólo amo esto y quiero compartir mi pasión y si hay chelas de por medio ¡que el rock sea!
Alonso Vega.
Esperemos pues... a ver si es cierto. Espro buena crítica al rock, no sólo escribir por escribir. Te leo el próximo lunes.