El consumo de material pornográfico parece un acto normal en nuestros días. Miles de hombres y mujeres son consumidores de este contenido audiovisual que parece haberse estancado en términos de fondo y forma: nada de discurso, nada de estética.
Actualmente, el imaginario de la pornografía guarda un enorme acervo de posibilidades, clasificadas y categorizadas, que permiten al consumidor visualizar lo que desea.
En el marco de esta enorme industria, resulta necesario hablar de sus implicaciones disciplinarias y educacionales, para luego enfocar nuestra atención en una de sus problemáticas más debatidas:
¿Cuál es el rol de la mujer en la industria pornográfica?
Comencemos, pues.
El acto sexual –en el mejor de los casos– es una experiencia consensuada y que no se limita a los confines del cuerpo y de los órganos genitales.
Podríamos denominarlo, en primer lugar, como el contacto íntimo de dos o más personas que buscan satisfacer una necesidad biológica. Podríamos, por otra parte, atribuirle una significación de poder, en la que cada cual asume un rol frente al otro, de dominación o de sumisión, siendo ésta la conceptualización que nos ocupa.
El sexo, como idea de dominación, no es casualidad. Al igual que otras actividades de nuestras vidas, éste representa la oportunidad de tomar el control en un nivel inmediato y representa también el control de los deseos y fantasías en un nivel simbólico.
Por extensión, la pornografía adquiere estas cualidades a las que se suma el lenguaje de las imágenes y la consecuente manipulación de las mismas. Es entonces que el sexo se transforma y que atraviesa el velo de la intimidad que le hemos concedido en mutuo acuerdo.
Sin embargo:
¿Cómo es que nombramos las maneras en que el contacto se produce?, ¿cómo es que la penetración sugiere posiciones y modos de llevarse a cabo como un ritual?
Hemos instaurado en la pornografía nuestro vínculo con la sexualidad, con nuestras fantasías y ulteriormente con lo que es deseable (o no) según nuestra cultura. Así, no sólo tratamos de convertirnos en un reflejo de lo que observamos, sino que también damos nuevas dimensiones a nuestra intimidad hacia una perspectiva de control ideológico.
Al respecto, cabe decir que esto no es del todo una causa de prácticas que ponen en peligro la integridad del otro, sin embargo, la creación de contenido pornográfico violento sí lo es. La pornografía puede atravesar el umbral de una herramienta educacional que se transforma en una mezcla de misoginia y comportamientos erráticos.
Hasta aquí la primera parte de Pornografía: imagen, consumo y roles.
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